Óscar H. Balam

Mi experiencia de vivir hecha texto.

Había una vez un hombre viejo, este hombre tenía un nombre tan antiguo que no se podía pronunciar, por lo que todos lo conocían como “el hombre viejo”, vivía en cualquier lado, motivado por la andanza sin fin, bebía lo que encontraba y comía lo poco que le regalaban. Este hombre estaba satisfecho, y aunque el cuerpo le dolía su mente siempre estaba clara y consciente. Un día este hombre llegó a un pueblo en donde vivían puros niños, no había adultos al rededor, en este lugar se sintió realmente viejo, ahí aprovechó y se sentó bajo de un árbol, los niños curiosos se acercaron a él y le preguntaron sobre sus ropas, su barba, su edad, sus pies y sus caminos. El viejo, amablemente contestaba. Con el paso del tiempo, los niños perdieron el interés en él y poco a poco se fueron alejando. Le llevaron un poco de comida y bebida y el viejo pasó ahí la noche bajo ese árbol.

Al día siguiente, el viejo continuo su camino, se dirigía hacia el poniente, por lo que durante la mañana el sol le daba en la espalda y durante la tarde lo miraba de frente. Después de muchas horas el hombre llegó a un pequeño río, en donde miró su reflejo, tenía mucho tiempo sin verlo, se veía tan diferente que casi no se reconocía, bebió un poco de agua, se refrescó las prendas y en una botellita guardo un poco para continuar su camino.

Caminó durante varios días, hasta que finalmente llegó a un último pueblo, su pueblo natal, ahí, ya nadie lo conocía, pues todos quienes alguna vez lo habían tratado ya no estaban. Caminó hasta el fondo del pueblo, encontró una antigua entrada, y miró el sitio en donde iría a dormir. Caminó hasta la vieja tumba, se sentó en la tierra, se despojó de sus ropas, se peinó el cabello y finalmente se acostó. En esa vieja tumba está el anciano, ya no camina más, pues llegó a su destino.

La muerte de mis seres queridos no ha sido más que el nacimiento de mi propia vida.

Qué bonita es la vida cuando sabemos que morimos, más lúcida, más segura, con más experiencias, durante los últimos años he estado en contacto de la muerte de formas diferentes. Sin embargo, para llegar a este punto quisiera recapitular al mis primeras e importantes pérdidas.

Cuando la muerte acechó mi vida.

La muerte visitó mi hogar desde que yo era muy pequeño, mi padre murió cuando yo tenía tres años, crecí en su ausencia, con un abuelo que prometió que cuidaría de mí pero que no logro ejercer su compromiso como yo lo hubiera esperado. Algunos familiares no tan cercanos también murieron por esos años. Toneyita, quien nos cuidaba en las tardes, también falleció, era la abuela de una prima con quien jugábamos, platicábamos y nos contaba historias de cuando era niña, la muerte también la quiso. Durante la adolescencia, murió mi hermana, un proceso que con el tiempo ha madurado haciendo una bonita cicatriz en mi corazón, recuerdo perpetuo de su vida. Sin embargo, dolió hasta la médula. La muerte teje suéteres cálidos con las hileras de lágrimas de quienes se quedan. Así, con otras experiencias más, de amigos, conocidos, desconocidos y con las historias de algunos pacientes la muerte se ha paseado por mis calles, bebido en mis vasos y dormido a mi lado en varias ocasiones.

¿Por qué no me dejas dormir?

Desperté en la noche, me faltaba el aire. No podía enfocar nada, estaba oscuro. Mi cama estaba mojada, había sudado por mucho rato y el silencio me ensordecía (piiiiiiiiiiiiii). ¿Morí?. Tenía muchos pensamientos, muy rápidos como si alguna sustancia estuviera haciendo efecto. Cuando por fin supe que no estaba muerto, empecé a preguntarme acerca de esta experiencia, qué es morir, qué es la nada, qué es la oscuridad eterna, cómo es no vivir, qué me pasa, quién estará ahí, quién no va a venir, qué pasará con mi recuerdo, qué voy a decir, qué voy a ver, qué van a decir de mí, qué, qué, qué, qué... Esa noche fue muy larga.

¿Cuándo es mi turno?

Antes de cada viaje, suelo decirle a mis seres queridos “Si me pasa algo, no me debes nada”, es mi último deseo, liberarles de aquello que pudieran deberme, quiero compartirles con ésto, que sepan que a dónde voy, podría no volver, que la vida puede acabarseme y que está bien. Quizá al principio es difícil de escuchar, pero poco a poco espero que el mensaje se acomode junto con otros. Tengo muchas ganas de seguir viviendo, pero también reconozco mi finitud y mi capacidad de morir. Le he preguntado a la muerte en muchos momentos, ¿por qué se lleva a los míos?, me ha respondido de una u otra forma. (Su última respuesta fue contundente, la escribiré al final). También le he preguntado cuando me toca a mí, mi calendario maya dice que tengo que estar en paz con la muerte, ser puente y estar listo para mi accidentado final. Espero poder sonreír cuando llegue.

¿Para qué me ha capacitado la vida?

Así como la muerte, la vida también es importante para mí. He tenido experiencias muy satisfactorias, tengo proyectos, planes y mucho amor por entregar. De alguna manera me considero resiliente, he podido vencer muchos miedos, vergüenzas y altas mareas que generan caos, y aquí sigo. Escribiendo en este espacio, ayudándome a reflexionar acerca del tiempo que me queda y como quiero disfrutarlo. La vida me ha enseñado a mirar la naturaleza, sentarme frente al fuego en una noche estrellada, a mirar la lluvia caer, a saborear el café, a disfrutar el camino y a volar; me ha enseñado a reir, cantar, llorar y bailar cuando quiero y al paso que tengo, no al que me exigen. La vida me ha girado de mil y una formas y al final, es todo lo que tengo, un préstamo con fecha de expiración y la devolución es sin intereses, entrego todo lo que tengo, no más... no menos.

¿Cuándo moriré?

Cuando alguien ha recibido todo el amor que puede recibir, y entregado todo el amor que puede dar, es cuando finalmente muere.
Larga vida y satisfactoria muerte.

Un sueño de infancia, un adulto en crecimiento.

Hace unos meses, tuve la oportunidad de ir a Monterrey, fui por motivos de un evento de la universidad, estuve unos días ahí, y el último de ellos decidimos ir (un amigo y yo) a esperar la hora del vuelo en el Parque Fundidora.

Parque Fundidora

Llegamos al parque y me sorprendió lo grande que era, muchas bicicletas, el lago, estructuras y edificios muy interesantes (no sé si bonitos), al mirar un poco los letreros del parque, me percaté de que uno de ellos decía Papalote Museo del Niño. Mi niño interior sintió mucha emoción y le dije a mi compañero que me acompañara pues nunca había ido. Él accedió.

Dejamos nuestras mochilas en la recepción del museo, pagamos nuestra entrada y me maravillé del espacio, me imaginaba a mi niño pequeño disfrutando de esa primera experiencia, siempre había visto ese lugar como algo inaccesible para mí. Como niño de provincia tenía que soñar con acudir a lugares de este tipo, me quedé con las ganas de ir al programa de En familia con Chabelo, miraba Six Flags como algo lejanísimo y el papalote me causaba más de lo mismo.

Me paré en lo alto del espacio, y miré mientras lágrimas me brotaban todo aquello que mi niño había deseado mirar, tocar, oler y vivir desde muy pequeño, tomé pocas fotos, quería disfrutarlo para mí conmigo mismo. Imaginando que papá me llevaba de la mano exposición por exposición. Ese día tenía la rodilla destrozada, me costaba caminar y necesitaba tomármelo con calma. Leí todo lo que pude, jugaba en las exposiciones y miraba a los niños pequeños aprendiendo acerca de los dinosaurios, la música o cómo hacer las compras. Permití que el espacio me maravillara.

Pronto, unas amigas llegaron al mismo parque y se acercaron también al museo, yo ya lo había recorrido, pero no importó y volví a hacerlo, nuevamente me maravillé al hacer el nuevo recorrido con compañía, en este momento, algunas exposiciones que en su momento no estaban disponibles ya lo estaban y las pude disfrutar con ellas. Pudimos entrar a un laboratorio en donde aprendimos acerca de los diferentes tipos de basura de una nueva forma, ¡Quemándolos!.

En el laboratorio:

Cuando salimos de ahí, yo me sentía muy feliz, abrazando a mi niño interior, deseoso de seguir descubriendo, con ganas de vivir y aprender. Un adulto en crecimiento.

Niño feliz

La noche del 21 de septiembre de 2023, se me ocurrió este pequeño texto después de un caluroso círculo de hombres.

“Los hombres se sientan en el círculo, se miran a los ojos, dialogan, crecen, ríen, se enojan, bailan, lloran, mueren y renacen.

Los hombres miran la vergüenza y la abrazan, miran al odio y lo liberan, miran la pereza y la cuestionan, miran a sus familias y las bendicen.

Algunos hombres, cansados de las adicciones, de las violencias, del rechazo, de su poder y sus debilidades; se sientan en el círculo y son acompañados.

Hombres imperfectos que quieren hacer su vida un poco mejor, ya sabes... es cosa de hombres.”

Jaguar Tranquilo

Imagínate vivir una experiencia tan importante en tu vida como para querer contribuir a que otros hombres quieran vivirla también.

Así es la Aventura del Nuevo Guerrero, después de iniciarme en MKP en Marzo de 2023, cuando me inicié, viví experiencias fuertes, retadoras, amorosas y que me llevaron a confrontarme a mí mismo y a mis miedos y vergüenzas. Mi vida giró hacia otro sentido. No esperaba regresar a una ANG sino hasta octubre, de pronto, las oportunidades se dieron y terminé yéndome solo nuevamente a la Ciudad de México para vivir por primera vez la magia del Staff.

En la CDMX me encontré con un hombre, sonriente, simpático y servicial que se ofreció a llevarme a mí y a otros dos hombres más hasta el evento en Cuernavaca, platicamos, comimos y reímos mucho. Hasta que llegamos al lugar y me invadió el miedo. Vi a muchos hombres, todos desconocidos para mí, quería esconderme, que no me vean, que no me digan nada, que no les ofenda mi presencia. Estaba confundido.

Reconocí a varios de ellos que habían estado de staff cuando me inicié, los saludé y les agradecí los cuidados que habían tenido conmigo en ese entonces, a partir de ahí, varios me dieron sus nombres y platiqué con algunos. Quienes somos novatos nos reunimos para platicar un poco acerca de nuestras experiencias.

Poco a poco el fin de semana fue iniciando, momentos duros, cansados, en donde miraba a hombres enojados, traicionados, dolidos y muertos en vida. Todos ellos con historias diferentes pero vibrando en un mismo sentido. Tuve la oportunidad de confrontar otra vez mis miedos y de encontrar el valor para hacerles frente y decir mi verdad frente a otros hombres, que como yo, muchas veces tienen que reunir coraje para plantarse ante las adversidades.

Cuando terminé el evento, pude notar que otra vez, algo en mí había cambiado, me sentí respaldado, arropado y muy seguro. Espero que otros hombres vivan la experiencia de poder estar al servicio amoroso de sus semejantes. Deseo siempre volver a donde se enciende el fuego de la fuerza de los hombres.