No es más que un hasta luego. La muerte, fiel compañera.

La muerte de mis seres queridos no ha sido más que el nacimiento de mi propia vida.

Qué bonita es la vida cuando sabemos que morimos, más lúcida, más segura, con más experiencias, durante los últimos años he estado en contacto de la muerte de formas diferentes. Sin embargo, para llegar a este punto quisiera recapitular al mis primeras e importantes pérdidas.

Cuando la muerte acechó mi vida.

La muerte visitó mi hogar desde que yo era muy pequeño, mi padre murió cuando yo tenía tres años, crecí en su ausencia, con un abuelo que prometió que cuidaría de mí pero que no logro ejercer su compromiso como yo lo hubiera esperado. Algunos familiares no tan cercanos también murieron por esos años. Toneyita, quien nos cuidaba en las tardes, también falleció, era la abuela de una prima con quien jugábamos, platicábamos y nos contaba historias de cuando era niña, la muerte también la quiso. Durante la adolescencia, murió mi hermana, un proceso que con el tiempo ha madurado haciendo una bonita cicatriz en mi corazón, recuerdo perpetuo de su vida. Sin embargo, dolió hasta la médula. La muerte teje suéteres cálidos con las hileras de lágrimas de quienes se quedan. Así, con otras experiencias más, de amigos, conocidos, desconocidos y con las historias de algunos pacientes la muerte se ha paseado por mis calles, bebido en mis vasos y dormido a mi lado en varias ocasiones.

¿Por qué no me dejas dormir?

Desperté en la noche, me faltaba el aire. No podía enfocar nada, estaba oscuro. Mi cama estaba mojada, había sudado por mucho rato y el silencio me ensordecía (piiiiiiiiiiiiii). ¿Morí?. Tenía muchos pensamientos, muy rápidos como si alguna sustancia estuviera haciendo efecto. Cuando por fin supe que no estaba muerto, empecé a preguntarme acerca de esta experiencia, qué es morir, qué es la nada, qué es la oscuridad eterna, cómo es no vivir, qué me pasa, quién estará ahí, quién no va a venir, qué pasará con mi recuerdo, qué voy a decir, qué voy a ver, qué van a decir de mí, qué, qué, qué, qué... Esa noche fue muy larga.

¿Cuándo es mi turno?

Antes de cada viaje, suelo decirle a mis seres queridos “Si me pasa algo, no me debes nada”, es mi último deseo, liberarles de aquello que pudieran deberme, quiero compartirles con ésto, que sepan que a dónde voy, podría no volver, que la vida puede acabarseme y que está bien. Quizá al principio es difícil de escuchar, pero poco a poco espero que el mensaje se acomode junto con otros. Tengo muchas ganas de seguir viviendo, pero también reconozco mi finitud y mi capacidad de morir. Le he preguntado a la muerte en muchos momentos, ¿por qué se lleva a los míos?, me ha respondido de una u otra forma. (Su última respuesta fue contundente, la escribiré al final). También le he preguntado cuando me toca a mí, mi calendario maya dice que tengo que estar en paz con la muerte, ser puente y estar listo para mi accidentado final. Espero poder sonreír cuando llegue.

¿Para qué me ha capacitado la vida?

Así como la muerte, la vida también es importante para mí. He tenido experiencias muy satisfactorias, tengo proyectos, planes y mucho amor por entregar. De alguna manera me considero resiliente, he podido vencer muchos miedos, vergüenzas y altas mareas que generan caos, y aquí sigo. Escribiendo en este espacio, ayudándome a reflexionar acerca del tiempo que me queda y como quiero disfrutarlo. La vida me ha enseñado a mirar la naturaleza, sentarme frente al fuego en una noche estrellada, a mirar la lluvia caer, a saborear el café, a disfrutar el camino y a volar; me ha enseñado a reir, cantar, llorar y bailar cuando quiero y al paso que tengo, no al que me exigen. La vida me ha girado de mil y una formas y al final, es todo lo que tengo, un préstamo con fecha de expiración y la devolución es sin intereses, entrego todo lo que tengo, no más... no menos.

¿Cuándo moriré?

Cuando alguien ha recibido todo el amor que puede recibir, y entregado todo el amor que puede dar, es cuando finalmente muere.
Larga vida y satisfactoria muerte.