El hombre viejo

Había una vez un hombre viejo, este hombre tenía un nombre tan antiguo que no se podía pronunciar, por lo que todos lo conocían como “el hombre viejo”, vivía en cualquier lado, motivado por la andanza sin fin, bebía lo que encontraba y comía lo poco que le regalaban. Este hombre estaba satisfecho, y aunque el cuerpo le dolía su mente siempre estaba clara y consciente. Un día este hombre llegó a un pueblo en donde vivían puros niños, no había adultos al rededor, en este lugar se sintió realmente viejo, ahí aprovechó y se sentó bajo de un árbol, los niños curiosos se acercaron a él y le preguntaron sobre sus ropas, su barba, su edad, sus pies y sus caminos. El viejo, amablemente contestaba. Con el paso del tiempo, los niños perdieron el interés en él y poco a poco se fueron alejando. Le llevaron un poco de comida y bebida y el viejo pasó ahí la noche bajo ese árbol.

Al día siguiente, el viejo continuo su camino, se dirigía hacia el poniente, por lo que durante la mañana el sol le daba en la espalda y durante la tarde lo miraba de frente. Después de muchas horas el hombre llegó a un pequeño río, en donde miró su reflejo, tenía mucho tiempo sin verlo, se veía tan diferente que casi no se reconocía, bebió un poco de agua, se refrescó las prendas y en una botellita guardo un poco para continuar su camino.

Caminó durante varios días, hasta que finalmente llegó a un último pueblo, su pueblo natal, ahí, ya nadie lo conocía, pues todos quienes alguna vez lo habían tratado ya no estaban. Caminó hasta el fondo del pueblo, encontró una antigua entrada, y miró el sitio en donde iría a dormir. Caminó hasta la vieja tumba, se sentó en la tierra, se despojó de sus ropas, se peinó el cabello y finalmente se acostó. En esa vieja tumba está el anciano, ya no camina más, pues llegó a su destino.