Estoy escribiendo esto un domingo a las 5:30 de la mañana. Sí, yo tampoco entiendo qué hago despierta a esta hora, pero desde que supe que iba a presentar mi lectura he estado teniendo esta especie de insomnio inverso: por las noches pongo la cabeza en la almohada y ya estoy roncando, y a veces llego incluso dormida a la cama... pero luego, a las 5:30 de la mañana (siempre a esta hora) soy consciente de pronto del canto de los pájaros, de a nueva luz. Mi vida está amaneciendo nuevamente, y pareciera que busca los amaneceres como la guitarra busca una voz afinada para hacer un buen acorde.

Ayer, todos ustedes saben, fue un día importante, porque después de tanto estrés, drama y ataques de pánico (más informes, acudir a Mastodon), al fin tuve mi presentación en El Sótano, que es ni más ni menos que una de las librerías más importantes del país, pero también un símbolo de todo lo que amo. El Sótano ha estado ahí desde siempre, y cuando yo era una niña, mis papás me llevaban un día sí y otro también de paseo ahí. A otros niños los llevaban a McDonalds, a mí mis papás los hippies me llevaban a leer libros. Tomaba alguno con mis diminutas manos y me acostaba con total desfachatez en medio del pasillo a leerlo, a viajar a mundos fantásticos de magos o piratas, de duendes o marinos. Luego me compraban un libro y me llevaban al café, que estaba abajo (en el sótano del Sótano...) y nos sentábamos los tres a leer cada uno su libro, en la versión noventera, en aquel entonces muy bien vista, de “familia que va al café pero no habla porque está leyendo el celular”. Era mi paseo favorito, mi lugar favorito en el mundo. Lo sigue siendo, en realidad.

Así que volver al escenario justo en ese lugar, que encierra en sus anaqueles tanto trozo de vida, tantos fragmentos felices de memorias pasadas, tuvo algo de místico. Es como si los mensajeros cósmicos de Quien Quiera Que Sea Dios me hubieran mandado señales de que mi miedo a volver es injustificado, de que estoy haciendo lo correcto y de alguna manera volver no es un suicidio sino un nuevo comienzo. Como ayer, cuando después de mi ensayo general (hecho con en el café, donde los comensales obtuvieron un inesperado espectáculo gratuito), iba caminado por la calle, con los nervios de punta, la garganta cansada y la mente y el cuerpo agotados por tantas emociones. Pensé, por un momento, que no iba a poder con esto, que era demasiado... y entonces crucé la calle y una mujer guapísima, micrófono en mano, nos invitó a pasar a la kermess por el día del niño de una tienda de automóviles. Nos dieron el helado más enorme y delicioso nunca habido, y media hora después iba yo, convertida en una niña, caminando por Quevedo con mi enorme helado que resultó ser todo lo que necesitaba para ser feliz: mi garganta se recuperó y yo me sentí tan a salvo como ha pequeña de la mano de su mamá. Para cuando lo terminé, estaba lista.

El espectáculo fue, desde donde yo estaba, perfecto. La gente comenzó a llegar a oleadas y cuando me di cuenta ya éramos muchos leyendo poesía, riendo de mi vida y poniéndonos las manos en los hombros en solidaridad por nuestros respectivos desastres amorosos. Hicimos esa comunión tan especial que sólo puede hacerse cuando estás en el escenario y lees poesía. Les entregué, en cuarenta gloriosos minutos, todo lo que tengo y todo lo que soy, todo aquello que guardé estos nueve años de ausencia, enntre mocos y lágrimas, en espera del día en que pudiera volver a estar ahí, en el lugar que es, sin duda, mi rincón favorito del universo. Algo que no te cuentan sobre el escenario es que, cierto, tú das todo de ti, te esfuerzas durante meses ensayando, eligiendo repertorio, pensando en cada detalle, que incluye qué te vas a poner, qué chistes vas a decir... pero una vez que estás allá arriba, ya no eres tú el que da los regalos. El espectáculo va fluyendo casi sin que lo notes, te hermanas con tu público, con cada uno de los presentes y todo desaparece. Es un momento de excepción, donde todo lo que no es ese lugar y ese momento desaparece del universo y sólo importan los presentes. Si lo haces bien, recibes a cabo el más increíble (e inesperado) regalo: la energía de quienes te escuchan). Es un escalofrío en los huesos, un vacío en el estómago, un subidón de energía que no he sentido en ningún otro lugar, y que te lleva a las alturas más elevadas. Como estar drogado pero sin daños colaterales y producto del amor intenso y total que sientes por quienes te escuchan.

La energía que te deja un espectáculo es siempre legendaria. Yo no sé cómo hacen Alejandro Sanz, los Rolling, los Fabulosos Cadillacs para no caer muertos del gozo cuando están en eventos multitudinarios. Llenar el Zócalo, desde los zapatos del artista, debe ser una experiencia cósmica.

Lo que nadie te advierte cuando empiezas es que el subidón de energía,. Que te hace sentir tan bien, tan activo, tan hijo de Dioses, más o menos hora y media después tiene su contraparte : el bajón. El bajón es sorprendente, porque tú estás platicando, bromeando, sintiéndote mejor que nunca, tan feliz, tan el hijo hipotético de Superman y la Mujer Maravilla, cuando de pronto pareciera que pusieron una aspiradora y te chuparon de golpe toda la energía prestada, y en el camino se llevaran, de paso, también la tuya. En dos segundos pasas de ser El Nuevo Personaje De Marvel a arrastrarte de donde estés a donde puedas recostarte, cierras los ojos y el mundo se apaga. Los pies bajan de donde andaban volando y tú vuelves directo a la tierra, con tanta fuerza que se abre un agujero en el piso y quedas medio atorado en el inframundo.

Supongo que los nervios de toda la semana me han llevado a esa caída con más fuerza que de costumbre, porque ahora mismo ne siento exactamente como un papel arrugado, hecho bolita, que va volando directo a la basura. El mundo todavia me da un poco de vueltas, tengo una sed infernal, mis ojos hacen un esfuerzo de señora en su primer día de gimnasio cada vez que pestañean y mi mente me ruega, me solicita, me pide con gran cansancio, que la apague por un día y la deje en paz. Cuando no entiendo se pone en huelga y mi mirada se queda en el vacío sin que ningún pensamiento la acompañe. Como ahora mismo, que entre la última frase y esta caí en el coma más corto de la historia, unos dos segundos y medio de fase REM sin sueños, sólo una pantalla negra envolviendo mi cuerpo. Vuelvo a dormir, en cuanto me recupere les sigo contando.

¡Buenas letras!

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Si quieres platicar, te veo en Mastodon si quieres ver el vídeo de mi triunfal regreso a los escenarios

o si quieres ir a morbosear mi vida anterior...

ésta solía ser yo cuando estaba en Twitter y aquí fue donde me metí en problemas la última vez que fui escritora